Bendito sea el mundial con que soñamos, bendito cada nombre que ha sido designado.
Bendito los pibes que siempre sacamos, el peso de la historia, el respeto ganado.
Maldito sean los recuerdos dolorosos, maldita la impotencia, la injusticia que vivimos: el volvernos a casa cada uno por su lado, las finales sin jugar y quedar en el camino.
Bendita la anestesia general a los dolores, la tristeza que curamos con abrazos, las gargantas que se rompen por los goles, el sentirnos los mejores por un rato.
Malditos los sorteos y los grupos de la muerte, los controles sin azar que signaron nuestra suerte.
Malditos los mezquinos que juegan sin poesía, los que pegan, los que envidian, los que rompen y lastiman.
Bendito sea el orgullo con el que entramos a la cancha: el potrero y la pelota no se manchan.
La tv que repite la gambeta, inflar las redes de los otros, inflar el pecho de los nuestros, merecer la camiseta.
Los turistas, los cronistas, los sponsors, los amigos, el himno y las mujeres siguiendo los partidos.
Bendita las cabalas que dan resultado, las risas y el llanto que guardaremos tanto y bendito ese momento que nos regala el fútbol de poder cambiar nuestro destino y sentir otra vez y frente al mundo lo glorioso, lo groso de ser ARGENTINO.
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